miércoles, 15 de abril de 2009

El país de las últimas cosas

El país de las últimas cosas
Por El Zángano Redentor


Imagina que te levantas por la mañana en tu casa, aún con los nebulosos y confusos pensares que ofrece el estar mitad en el mundo onírico, mitad en el mundo real. Ya despabilado y con el ritmo de la vida moderna en la cabeza
piensas en lo que tienes que hacer.
Agobiado por la inevitable rutina de tu día decides que un poco de luz matutina en tus pupilas y
cuerpo te pondrá al chingazo. Abres violentamente la cortina esperando que la luz se filtre a través de tus vidrios y esperando también, ver ese paisaje familiar el cual conoces como la palma de tu mano. Pero no, hoy no. Hoy la vista desde tu ventana es totalmente diferente: los edificios se desmoronan, el cielo es tan negro como el carbón, todo está poblado de desolación, basura y destrucción. Centenares de cuerpos sin vida pueblan el horizonte y petrificado de horror cierras los ojos para escapar de tan grotesca y terrorífica visión. Al abrirlos el panorama ha cambiado drásticamente, es aún peor: las endebles estructuras arquitectónicas han terminado de sucumbir, los cadáveres ahora son cenizas que vuelan por el cielo pudriéndolo, intoxicándolo y un millar más de nuevos cuerpos
inertes brotan del suelo cual flores en primavera. Petrificado das un paso hacia atrás y todo el entorno te susurra diabólicamente al oído que puede ser el último. Con sumo cuidado das otro paso hacia atrás y descubres que fue radicalmente diferente al otro y así hasta el infinito, de esa diferencia depende tu
existencia, aquí la naturaleza secuenciada de las cosas es un chiste negro. Has entrado en un lugar donde la continuidad es una mera utopía, un fantasma que bracea en el mar de lo imposible, donde quienes lo habitan rezan por el regreso de la rutina que un día les carcomió los huesos. Has entrado en El país de las últimas cosas.
Anna Blume escribe una carta a su novio donde relata lo que sucede en una ciudad sin nombre ubicada en El país de las últimas cosas, lugar donde las costumbres de la vida dia-
ria han sido desechadas y conseguir la muerte es una misión de existencia: los corredores entrenan para poder llevar a cabo una última ca-
rrera donde, si son exitosos, morirán de cansancio. Personas hacen filas para poder ingresar a clubes de
eutanasia, el único negocio ren-
table en toda la ciudad. Los suicidas en las azoteas de los edificios son vitoreados por las masas para que lancen sus cuerpos al aire y clubes de asesinato proliferan como Mc Donalds. Mientras tanto, Anna busca dos cosas: sobrevivir compren-
diendo que todo lo que ve puede ser el último ejemplar de su especie y encontrar a su hermano.
A través de este oscuro argumento Paul Auster logra tejer una de las más fantásticas travesías de la
literaratura posmoderna al infierno. Su capacidad para degenerar todo aquello que hemos
construido como cultura y lo cual nos da tranquilidad en la vida diaria, hacen brotar una reflexión sobre las fauces sobre los cuales navega el
desorientado individuo posmo-
derno: la desvaloración de la existencia, la violencia estructural, la miseria, la deshumanización en las grandes urbes.
Este apocalipsis planteado por Auster es recomendable para aquellos que gusten explorar ese cúmulo de aspectos negativos que la condición humana lleva intrínsecamente aunados a ella. Su prosa es violenta, desoladora y profundamente cautivadora,
llevada a cabo de una manera tan estructural y lingüísticamente sencilla como perturbadora.
Una novela tan oscura como la más espesa de las noches, dotada de la innegable virtuosidad de la ima-
ginación de este gringo que con sus “novelas de ideas” se ha convertido en uno de los mejores escritores contemporáneos.
“Éstas son las últimas cosas -escribía ella-. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo.”



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